EDITORIAL SEGISMUNDO

domingo, 2 de noviembre de 2014

CRÍTICA LITERARIA ‘DE TU SANGRE CAUTIVA’De Ingrid Odgers






Por Federico Krampack



Al momento de comenzar a leer la novela ‘De tu sangre cautiva’ de Ingrid Odgers, hay dos citas en la antesala del relato que parecen abrir la puerta a un mundo ambiguo y sensible a chorros. Y que nos habla bastante a lo que vamos. Una es de la autora Marguerite Duras, creadora de la controversial novela erótica ‘El amante’, y la otra es de la música icono del movimiento de rock grunge, Kurt Cobain que dice: ‘El auténtico amigo es el que lo sabe todo sobre ti y sigue siendo tu amigo’. Tal frase, sin desmerecer a la de Duras, quizás gatilla el tema esencial que atraviesa esta compleja y entusiasmada nueva obra de la penquista. ‘De tu sangre cautiva’ trata sobre la amistad, indudablemente, pero también habla del amor profundo que sentimos los seres humanos por aquellas personas que, sencillamente, nos producen fascinación, una fascinación tensa, rara, divertida, que limita el erotismo y el silencio, los secretos, las confidencias pero, por sobretodo, las cosas miserables y comunes de este milagro que es la vida.
  

Como dato anecdótico, y sosteniendo la pasión de este humilde servidor por el rock alternativo, Kurt Cobain, en esencia, era un poeta maldito. Sus letras, rupturistas y gritonas, sacadas de las mismas entrañas, que evocaron a la legendaria banda Nirvana en plena década de los 90 y cuando recién irrumpía Internet, produjeron un gran eco en la sociedad estadounidense y mundial. En sus canciones hablaba y deliraba sobre la pérdida del amor, la pérdida de la libertad, la rabia existencial de la juventud (y de los adultos, claro), pero, por sobretodo, hablaba del complejo universo de los amigos y de la coexistencia en las tribus urbanas a través de sus miembros. Grunge, punk, alternativo, bello, decente, indecente, grosero, tímido, con una fatal inclinación por las drogas duras y el exceso en todo sentido, en Kurt Cobain todos y todas parecían encontrar alguien que ‘necesitaba’ un amigo, una persona que se abriera en pecho y hueso y lograra comprender su doloroso recorrido por la vida el que, trágicamente, terminó en suicidio. En una de sus canciones más conocidas, ‘Lithium’ dice: ‘I’m so happy, cause today I found my friends. They’re in my head, I’m so ugly, but that’s ok’ (Estoy tan feliz, porque hoy me encontré con mis amigos. Están en mi cabeza, yo soy tan feo, pero no tiene importancia’). Podemos considerar esa frase como el resumen perfecto que se puede amoldar al personaje central de ‘De tu sangre cautiva’, Isabel, quien desde el principio del relato nos comienza a hablar de su amigo Pedro, con tanta efervescencia, tanto ímpetu y labia, que incluso podemos reconocer rasgos de su personalidad en cualquiera de nosotros: la cadena alimenticia de la amistad es tan grande y llena de aristas que desmenuzarla sería de un agotamiento insaciable. De principios, podríamos decir que la historia parte como una historia de amor escondida deshilvanándose de a poco entremedio de los largos pasajes y monólogos de Isabel, pero el aspecto más profundo de Odgers resalta como nunca: la duda. Siempre la duda en cuestión, el preguntarse eterna e insistentemente el porqué, el cómo, el dónde, el cuál, el dónde. Cuando las cosas, los signos, las metáforas y las acciones están liberadas de su idea, de su concepto, de su esencia, de su referencia, entran en una autoreproducción al infinito, como una gota de agua que sigue y sigue su camino sin ton ni son. Las cosas siguen funcionando, la vida sigue, cuando ya la idea central lleva mucho tiempo desaparecida, el propósito. Todo sigue funcionando con una especie de indiferencia total hacia su propio contenido, de hedonismo ante la fatalidad de la vida, de ‘ya no poder más’, como la canción de Camilo Sesto. Y la paradoja consiste en que funcionan mucho mejor. La paradoja de Isabel es que, siendo escritora, no tiene mucho que contar sobre sí misma, como primera impresión, pero todo el relato se deja llevar por lo que ella siente, imagina, desea, teme, añora. Odgers relata con curiosidad, pero al mismo tiempo, con bastante humor las acciones y sentimientos de una mujer penquista que toca temas y datos a primera vista insignificantes, pero que son esenciales para entender el contexto y el mensaje detrás de ‘De tu sangre cautiva’. Si hubiera que disgregarlos, serían tres principales.Primero, la geografía. Isabel vive en una ciudad llamada Concepción, una zona que se caracteriza a nivel nacional como una olla a presión de talentos innatos, de creación y de orgullos, que parece ser mucho más que eso, pero que también (y a mucha honra siendo penquista) es una ciudad sumamente difícil donde el quehacer artístico general es tremendamente arduo y poco valorado. La ironía y la acidez con que toca ciertos aspectos arribistas y hasta injustos de las actividades, sobretodo literarias, no es mucha ficción que digamos, y eso es un excelente ingrediente crítico a la obra de Odgers. ¿Autobiográfica? ¿Autocondescendiente? ¿Autonomía? Todo puede ser. Concepción es una ciudad efervescente en muchos sentidos, y es el detonante de muchas historias sureñas que cautivan, envuelven al lector en determinados paisajes y señales que sólo los entendidos pueden entender. Y eso es algo mágico para cualquier literatura. Y ‘De tu sangre cautiva’ tiene bastante magia en los subtextos y los personajes. En segundo lugar, el trabajo. El hecho de que Isabel y Pedro, su amigo, su confidente, su hilo conductor, su ‘aire’, tengan la misma profesión en la vida, lleva a pensar que Odgers hace esto cada vez más íntimo. La constante referencia a películas, canciones, lugares (resulta curioso el ejemplo que pone la protagonista en cierto pasaje sobre Michael Douglas en la película de suspenso ‘Atracción fatal’, ya que hace una especie de paralelo entre los hombres ‘distintos’ o extraterrestres, los que le resultan interesantes por ABC motivos, aquellos que no resultan los típicos depredadores sexuales en busca de pasatiempos fáciles o conejos que se asustan con todo, algo que no es para nada una característica de su amigo Pedro), y así sucesivamente. Además, la misma labor de escritor o escritora no es ecuménicamente (se sabe) un sinónimo de éxito instantáneo o de ganancias enormes para pagar deudas y comprar bienes. Ser escritor es una maldición/bendición única, según la mente de nuestra protagonista, y es verosímil. La crítica constante (y además solapada con una crítica indiscutiblemente hacia la dominación masculina en el campo literario a nivel global) que ejerce Isabel a través de toda la narración resulta importante, ya que uno como lector también se autocritica. Si esta novela resulta imprescindible, si la autora resulta buena, si es mala, si debiera comprarlo usado o en una librería como debiera ser, si es maravillosa la novela, si es aburrida, si es tórrida, y un largo etcétera. Odgers a ratos nos tapa en monólogos, y se agradece. A ratos nos llena la boca con rabia existencial, y también se agradece. Ser escritor es una maravilla, pero ser cesante y además mujer en un país tan machista, casi decepcionante y autorreferente como Chile, resulta un poco más lúgubre. Pero entremedio de esa negrura, a través del buen humor, la picardía diaria, los cuchicheos y los amigos, el resultado puede variar de gris a blanco. Contra ese imperialismo masculino de rigor, contra esa amargura de su amigo Pedro disfrazada de buenas intenciones, contra el sistema tosco y festivo de idealizar e inmortalizar a escritores (más hombres, por supuesto), Odgers logra canalizar una serie de párrafos deslumbrantes que parecieran estar tallados en piedra. El tercer aspecto que resulta importante de desglosar es quizás el más punzante y ambiguo de todos y que atraviesa toda la novela: la amistad. Isabel siente una veneración a rasgos erótica con su amigo Pedro, pero lo deja en claro desde el comienzo, es una veneración más intelectual que de carne. Pero una y otra vez se cuestiona la misma mentalidad y personalidad de su amigo, que es obviamente alguien más exitoso que ella y que la ha adelantando en muchos aspectos de su vida. Lo envidia, lo quiere, lo admira, lo regaña, lo invoca, lo recuerda, lo extraña. Si eso no es amor, podríamos decir que es una muy bella amistad. Con ello, cabe preguntarse directamente al tuétano: ¿es la amistad sencillamente otra manifestación de amor, independiente del sexo? Con el manifiesto que ejerce Isabel sobre su amigo, podríamos resumir que sí. Si bien la novela empieza con aquellas dos frases de la escritora francesa y la otra del famoso músico de rock, el tema está planteado desde la apertura. Los amigos no son como las parejas de uno, puede sonar algo trillado, pero lo cierto es que los amigos son aquellas almas enredadas en nuestra psiquis que, tarde o temprano, se quedan con una buena porción de nuestras vidas. Uno no podría vivir sin amigos. No podríamos vivir la amargura diaria, más allá de nuestros amores pasionales, sin conversarla en algún minuto con un amigo. Ingrid Odgers lleva a cabo una obra estupendamente narrada, nos perdemos en el olvido, en la ambigüedad de los sentimientos, de lo que hay detrás de cada mirada, puerta, sensación, encuentro, conversación, en las lagunas mentales de su protagonista Isabel, nos ponemos a pensar en ese amigo especial, nos ponemos a recordar cierta niñez, cierta relación sexual, cierta comida, cierto libro, cierta falta de dinero, cierta carencia, cierta rabieta cotidiana. Ocurre como en la microfísica: es tan imposible calcular en términos fidedignos de bello o feo, de verdadero o falso, de bueno o malo, de amigo o amante, de seriedad o de humor. Se fracciona todo. Todo se relaciona. Se forma una mixtura de sentimientos complicada de describir, pero que la literatura se encarga, de alguna forma, de revelar. Un regalo fantástico y que sirve de munición para muchos lectores que buscan algo más allá de las simples historias aristotélicamente determinadas como mapas conceptuales rígidos, que no se cambian ni cambiarán con nada. Si hubiese una receta especial para poder leer una novela como ésta, pudiese ser con estos ingredientes: un buen tramo de canciones de Paloma San Basilio y de Sandro, una cazuela hirviendo, una montaña de fotos viejas y esperando que un amigo te llame a la casa, sin perder la esperanza de que salgan a pasear o a beber un vino para hablar de la mundana e impredecible vida. ‘De tu sangre cautiva’ se la juega por llevarnos al pasado, de vuelta al presente, al posible futuro, al recuerdo, a la melancolía más dura, al cariño más omnipresente y rico posible. Un viaje sin retorno del cual, de seguro, no saldrá nadie indiferente. Con un gramo mínimo de pasión todo es posible. 

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